viernes, 25 de noviembre de 2011

EL ARRIBISMO POLÍTICO.






“Ésta se hallaba llena de gente, porque cada uno había vuelto a su sitio para ver pasar a los novios. Él avanzaba lentamente, con paso firme, la cabeza alta, los ojos fijos en el vano de la puerta llena de sol. Por su piel corría ese frío estremecimiento que dan las grandes dichas. No veía a nadie. No pensaba más que en sí mismo. Cuando llegó al umbral, vio ante sí la masa negra y rumorosa de la multitud que había acudido allí por él, George Duroy. El pueblo de Paris lo contemplaba y lo envidiaba. Luego, alzando los ojos, vio a distancia, al otro lado de la plaza de la Concordia, la Cámara de los diputados, y le pareció que iba a saltar desde el pórtico de la Madeleine hasta el pórtico del Palacio Borbón.” (Bel-Ami, Guy de Maupassant). Así clausuraba su novela Guy de Maupassant. George Duroy es el ejemplo por antonomasia del perfecto arribista, pero representa a su vez el prototipo ideal del político dichoso. En efecto, ¿quién no conoce a un George Duroy? Siempre han existido y siguen existiendo tales personajes los cuales la literatura, como buen espejo del mundo, ha sabido recoger y ejemplificar a lo largo de los distintos escritos.
Un hombre ávido de poder, cegado por el éxito social y económico, un hombre que de la nada se ve propulsado a la cima valiéndose de procedimientos disímiles, ajenos a cualquier tipo de moral y ética, con el único fin de cumplir con un destino que él mismo se ha trazado, forjado en su codicia insaciable.
Así pues, la conocida como clase política, término acuñado por Gaetano Mosca, se convierte así en el estandarte del arribismo político. Concepto, el de clase política, al cual conviene dedicar algunas líneas. Dicha noción entra en la teoría elitista del ya citado Gaetano Mosca, la cual aboga por la existencia de una élite que monopoliza el poder político controlando así el acceso a la misma de forma burocrática. Por lo que debemos entender que, en cuanto a regeneración de la denominada clase política, no prima la vía de la competencia sino más bien "el derecho de sucesión". Asistimos entonces, y en cierta medida, a la creación de una pequeña oligarquía particular por así decirlo, donde se premia la falta de escrúpulos en detrimento de la honradez y la decencia. Hablemos pues de clase política en general y de arribismo político en particular, cuyo modo de empleo entenderemos en nuestro particular manual del buen arribista. No obstante, queda un atisbo de esperanza, pues hay insurrectos en las filas.