SI ME QUIERES ESCRIBIR…
Mientras iba ordenando papeles, fotografías, una serie de
recuerdos guardados en una caja… cae entre mis manos un cuaderno viejo, de piel
marrón, en el cual a malas penas pude leer Ministerio
de Hacienda Instituto de Carabineros, al abrirlo te vi, tan joven, tan
guapo, tan valiente, con esa mirada que siempre llevo en mi corazón.
Se hizo el vacío, ya no era yo en este espacio-tiempo…
imágenes lejanas se desdibujan en mi mente, algo borrosas, siento un
remordimiento profundo por aquellas preguntas que nunca te hice, y que ya nunca
podré hacerte…
El 18 de julio de 1936 marca el principio de la guerra
civil española – que nombre tan cínico para no nombrar aquel cruento golpe de
Estado contra un gobierno legítimo – tenías veinte años, eras un niño, pero no dudaste
en coger un fusil e irte al frente como voluntario para defender la legalidad
republicana. Siempre te admiré por ello. Entonces, nos recuerdo, a ti, a mí tan
pequeña, escuchando tus relatos que me parecían heroicos, benditos momentos de
complicidad que nunca volverán.
Cuando me contabas la guerra, aquella guerra que no dejó
nunca de atormentarte, recuerdo aquel destello de esperanza que se desprendía
du tu melancólica mirada, cual el desafío de aquel que bailó con la muerte por
soleares de libertad. Me fascinaba, provocando en mí una extraña mezcla de
dolor y alegría. Te pregunté si tuviste miedo, a lo que me contestaste que no
lo tuviste porque fuiste a luchar por la libertad, la justicia y la igualdad.
Mientras me hablabas, fundía mi mente en tu recuerdo, me
imaginaba a tu lado en esa primera línea de fuego, en Madrid, gritando ¡NO
PASARÁN!, oigo disparos, bombas, siento el polvo, huele a muerte a mi
alrededor. Ahora lo pienso de nuevo, y lo veo con tus ojos, aquellos amados
ojos que no volverán a mirarme. Se me encoje el corazón de pensar todo aquello
que no pudiste contarme… un niño de veinte años, luchando, viendo caer a sus
camaradas sin poder llorarles, seguir disparando teniendo al lado el cadáver aún
caliente de tu amigo… luchar hasta la muerte… hasta que te alcanzó esa fatídica
bala, esa bala que te dejaría inválido el brazo izquierdo toda tu vida, esa
herida que te recordaría siempre que tuviste el valor de estar ahí, hasta el
final.
Aún así burlaste a la muerte, esa maldita herida no te
impediría seguir luchando… creíste en la victoria hasta el último instante,
incluso cuando ya era evidente la derrota. Hay ciertas cosas que ya no recuerdo
con claridad, maldita sea el silencio de los muertos. Y entonces recuerdo
aquel barco en el que tuviste la suerte de poder embarcar, el Stanbrook, ese barco que zarpó desde
Alicante donde se libró la última batalla al fascismo. No todos tuvieron tu
suerte, muchos otros se quedaron en el puerto esperando a que fuesen a por
ellos, pero nunca nadie fue a salvarles. Se quedaron ahí esperando aún sin
esperanzas… unos se resignaron a afrontar lo que el destino les deparaba… detenciones,
ejecuciones, torturas… otros sin embargo no pudieron soportarlo y en un último
gesto de resistencia al fascismo se suicidaron… muertes silenciadas, olvidadas…
Tú estabas entre esos miles de españoles republicanos que
consiguieron subir al Stanbrook, a
pesar de ello vuestra salvación no estaba asegurada, pues os dieron caza hasta
aguas internacionales, tuvisteis que sortear ataques por mar y aire, navegar
con las luces apagadas en un sepulcral silencio, acechados por la muerte. Finalmente,
aquel barco llegó milagrosamente a Orán, aún nadie se explica cómo. A las
mujeres y a los niños los tuvieron dos días en cuarentena antes de dejarles
desembarcar para llevarles a la antigua prisión del Cardenal Cisneros. A los
hombres sin embargo os tuvieron retenidos durante un mes para finalmente
llevaros a campos de concentración, la mayoría fueron destinados al de Boghari,
en el interior del Sáhara.
Como buen joven revolucionario que eras nunca te diste por
vencido, y aunque muchos no se acuerdan – ni saben – de aquellos exiliados que
zarparon en aquel barco que parecía haberse tragado el mar, lo cierto es que
estabais allí, más allá del horizonte… donde más allá del mismo seguirías
buscando la libertad junto a hombres y mujeres que también se querían libres.
Tú no querías morir, a pesar de todo amabas demasiado a la
vida, te aferrabas a ella en un interminable y apasionado tango, como aquel que
bailamos juntos una vez… yo era tu revancha, esa pequeña persona a quien
confiabas tu más preciado tesoro, tu historia, la historia de un pueblo que un
día luchó con dignidad y valentía por la libertad. Sabías que algún día
escribiría aquel relato que tanto quisieron silenciar.
Te recuerdo en una sucesión de imágenes de amor, de ese
amor que no entiende de tiempos, pues para mí sigues vivo, pervives en mí para
siempre, te siento en cada latido de mi corazón, golpeando fuerte para mantener
viva la lucha. Te lo debo a ti y a todos aquellos y aquellas que no se
doblegaron ante la barbarie.
He vuelto a nuestras tierras para continuar tu legado, no
me rindo porque me enseñaste a no hacerlo, siento en mis adentros los cimientos
de aquella tierra de libertad que tanto amaste, siguen gritando en sus arterias
aquellas voces revolucionarias anónimas clamando una justicia que nunca llega. Nosotros,
los herederos de la memoria, seguiremos luchando irremediablemente hasta la
victoria, pues hoy estáis más vivos que nunca.
Como escribí una vez “el primer acto revolucionario es
escribir y contar la verdad”… voy a cumplirlo abuelo… Ahora te recuerdo en ese
campo del sur de Francia, fuimos a coger hierbas de la Provenza, era verano, tú
llevabas tu gorra catalana que tanto me gustaba… entre ambos sobraban las
palabras… éramos felices mirando a la nada, felices de estar ahí, felices de
estar vivos…
Te quiero abuelo, gracias por todo, te escribo y te mando
este poema allá donde esté tu paradero…
En tus
ojos el destierro
De un
corazón que anhela
Una
patria huérfana
De
aquellos que cayeron en el olvido
Lágrimas
sangrientas
De unas
esperanzas rotas
Libertad,
libertad…
Un
cántico lejano ahogado en oscuridad.
Hasta
siempre abuelo, con todo mi amor.