Todavía son muchos y muchas en preguntarse el porqué del Día
Internacional de la Mujer – pregunta no sin doble sentido – así pues, creo
sería conveniente empezar este artículo recordando brevemente los orígenes de
dicha celebración, desde una perspectiva cronológica, así como las razones que la motivan:
1909: Conformemente a una declaración del Partido Socialista
americano, el primer Día nacional de la Mujer fue celebrado en el conjunto del
territorio Estadounidense, el 28 de febrero de ese mismo año. Las mujeres han
continuado celebrando esta jornada cada último domingo de febrero hasta 1913.
1910: La Internacional Socialista reunida en Copenhague
instauró un Día de la mujer, de carácter internacional, con el fin de rendir
homenaje al movimiento a favor de los derechos de las mujeres así como para
ayudar a obtener el sufragio universal femenino. La proposición fue aprobada
por unanimidad por la conferencia, la cual contaba con 100 mujeres procedentes de
17 países, de las cuales las tres primeras fueron elegidas en el Parlamento
finlandés. Ninguna fecha concreta fue fijada para dicha celebración.
1911: Como resultado de la decisión tomada en Copenhague el
año anterior, el Día Internacional de la Mujer fue celebrado por primera vez,
el 19 de marzo, en Alemania, en Austria, en Dinamarca y en Suiza, en donde más
de un millón de mujeres y hombres asistieron a las concentraciones. Además del
derecho al voto y de ejercer una función pública, se exige también el derecho
al trabajo, a la formación profesional, y el cese de la discriminación en el
lugar de trabajo.
1913-1914: En el marco del movimiento pacifista que
germinaba a las vísperas de la Primera Guerra Mundial, las mujeres rusas
celebraron su primer Día Internacional de la Mujer el último domingo de febrero
de 1913. En los otros países de Europa, el 8 de marzo, o a uno o dos días de
dicha fecha, las mujeres protagonizaron unas concentraciones ya sea para
protestar contra la guerra, ya sea para expresar su solidaridad con sus
hermanas.
1917: Tras haber sido asesinados dos millones de soldados
rusos durante la guerra, las mujeres rusas eligieron de nuevo el último domingo
de febrero para hacer huelga con el fin de obtener “pan y paz”. Los dirigentes políticos
se erigieron contra la fecha elegida para la huelga, pero las mujeres hicieron
caso omiso. Cuatro días más tarde, el Zar fue obligado a abdicar y el gobierno
provisional otorgó el derecho al voto a las mujeres. Ese domingo histórico caía
un 23 de febrero siguiendo el calendario juliano por aquel entonces en uso en
Rusia, correspondiendo al 8 de marzo en el calendario gregoriano usado en otras
partes.
Seguidamente a este breve recorrido cronológico y como bien
hemos podido observar en los párrafos anteriores, la esencia del 8 de marzo
reside en la conmemoración a la lucha, más que centenaria, emprendida por
mujeres de todo tipo de horizontes y épocas. Asimismo – sumando algo de
optimismo tal día como hoy – tomaremos a bien de recodar los logros que han
resultado de tan constante lucha. Entre ellos, y de los más significativos,
está el sufragio femenino conseguido por primera vez – atendiendo al caso
español – en 1931, el 1ro de octubre de ese año concretamente. No
podemos pues hablar del derecho al voto de la mujer sin nombrar a una de las
figuras más importantes dentro de ese proceso democrático, siendo ésta Clara
Campoamor (1888 – 1972), cuyos planteamientos ideológicos han ido siempre encaminados
hacia una sociedad más justa, en donde los valores de libertad, igualdad y
solidaridad no fuesen una mera utopía sino una realidad en la cual se entendiese
y contemplase a hombres y mujeres, así lo expresó ella misma:
Yo y todas las mujeres
a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay
degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos
por igual las dos partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los
biólogos. Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a
mí, ni de mí a vosotros. (Pasaje del discurso pronunciado por Clara Campoamor
en la Cortes el 1 de octubre de 1931 en defensa del sufragio femenino)
Ese mismo año, se aprueba igualmente el matrimonio civil así
como el divorcio, derecho que recoge la Constitución de 1931 en su artículo
nº43:
La familia está bajo la salvaguardia
especial del Estado. El matrimonio se funda en la igualdad de derechos para uno
y otro sexo, y podrá disolverse por mutuo disenso o a petición de cualquiera de
los cónyuges con alegación en este caso de justa causa.
Cuyos fundamentos
vienen inspirados en gran parte de la ley francesa. Estamos viviendo por
entonces en España una auténtica revolución – así lo podemos calificar dado el
contexto de la época – de la condición femenina, en donde la conquista de una
igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres se convierte en uno de los
principales objetivos de la lucha feminista. Por la misma, dentro de esta
legítima lucha hallamos otras reivindicaciones como unas condiciones de trabajo
dignas para las mujeres, el derecho a la educación (las mujeres siendo la parte
de la población más afectada por el analfabetismo), el desarrollo de métodos
anticonceptivos (defensa de la libertad sexual) los cuales implican el derecho de
las mujeres a ejercer el control sobre su propio cuerpo convirtiéndose por
consiguiente en sujeto y no objeto de su sexualidad. Eso nos lleva a la
promulgación de una ley del aborto, que – para sorpresa de muchos – fue legalizado
por primera vez en España en octubre de 1936 gracias a la anarquista Federica
Montseny (1905 – 1994), que fue la primera mujer ministra en España así como
una de las figuras clave del anarquismo español. De todo lo anterior, es harto
sencillo concluir que la Segunda República Española fue un periodo propicio al
progreso de la condición femenina, periodo en el cual el mundo entero fue
testigo de una gran revolución – considerando siempre el contexto
sociocultural, socio histórico y socio económico de la época – eso sí en
femenino.
A esta etapa de
progreso sucede una etapa de gran recesión, no sólo en el campo de la condición
femenina, sino más bien de la condición humana en general, que viene dada a
raíz del golpe de Estado acontecido el 18 de julio de 1936 que finalizará, tras
cuatro terribles años de una guerra fratricida el 1 de abril de 1939, sumiendo
así al país en un oscuro periodo de larga dictadura caracterizada por la
supresión de todos los derechos conseguidos hasta entonces entre otras cosas.
Tendremos pues que
esperar hasta la muerte del dictador Francisco Franco, para que las mujeres
puedan volver a emprender su camino hacia la conquista de sus derechos
usurpados así como de nuevos por conseguir. Aunque la lucha de la mujer nunca
cesó, asistimos en ese delicado periodo histórico de la historia de nuestro
país a un resurgir de la lucha feminista en España, lucha que goza de un gran
resplandor en la Europa del siglo XX.
Hemos hablado de
feminismo por lo que creo necesario hacer aquí un pequeño inciso dado el
desconocimiento aún vigente en base a este término, siendo éste en demasiadas
ocasiones mal entendido y por ende mal interpretado. Precisaremos pues
adentrarnos brevemente en una definición terminológica de dicho concepto, por
lo que tomaré como fuente autorizada la RAE que define el feminismo como: “Doctrina
social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes
a los hombres. Movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para
los hombres”, por otro lado también tomaremos como referencia la definición propuesta
por Victoria Sau (Licenciada en Psicología y en Historia Contemporánea y
profesora de Psicología Diferencial en la Universidad de Barcelona) más
desarrollada según la cual:
El feminismo es un movimiento social
y político que se inicia formalmente a finales del siglo XVIII y que supone la
toma de conciencia de las mujeres como grupo o colectivo humano, de la
opresión, dominación y explotación de que han sido y son objeto por parte del
colectivo de varones en el seno del patriarcado bajo sus distintas fases
históricas de modelo de producción, lo cual las mueve a la acción para la
liberación de su sexo con todas las transformaciones de la sociedad que aquélla
requiera. (Sau, Victoria in Diccionario ideológico feminista)
Así pues,
alejándonos del término “doctrina” utilizado por la RAE, seguiremos
mismamente la visión de Jane Mansbridge (Catedrática de
Liderazgo Político y Valores Democráticos en la Kennedy School of Government de
la Universidad de Harvard) quien plantea el feminismo como “un movimiento
creado en el discurso” entendido a su vez como “el compromiso para poner
fin a la dominación masculina”. Finalmente, no podemos tratar de definir el
feminismo sin citar a una de sus figuras “madre” y, bajo mi punto de vista, más
representativas de dicho movimiento (vertebrándose el mismo en distintas
corrientes que por cuestiones de espacio no entraremos a explicar), la
escritora, profesora, filósofa y feminista francesa Simone de Beauvoir
(1908-1986) que mediante su obra Le Deuxième sexe (El Segundo sexo)
marcará un antes y un después respecto del movimiento feminista así como de la
condición de la mujer en la sociedad moderna, obra de la cual rescataremos la
afirmación ya famosa e impregnada en nuestro imaginario colectivo “On ne
naît pas femme on le devient (No se nace mujer: se llega a serlo) (De
Beauvoir, Simone, Le deuxième sexe 1, Gallimard, Paris, 1949, p. 285-286).
Al concepto de Feminismo oponemos equivocadamente el de machismo,
estableciendo así un antagonismo erróneo, pues el primero no es el antónimo del
segundo, el machismo siendo la resultante de un comportamiento social que viene
dado por unas costumbres de tradición mediterránea – acogiéndonos aquí al
término acuñado por el sociólogo Pierre Bourdieu (1930-2002) – ancladas en una
concepción patriarcal del Estado. Por consiguiente, si queremos hacer
referencia al comportamiento opuesto al machismo debemos pues hablar de hembrismo
que nada tiene que ver con Feminismo.
Tras este breve inciso y habiendo delimitado ciertos conceptos, podemos
pues proseguir en nuestro discurso. La lucha de la mujer ha sido ciertamente
significativa y la principal responsable de la evolución de la condición
femenina en la sociedad actual. No obstante, pensar que todo está adquirido y
que el feminismo es cosa del pasado así como que aquellas mujeres que seguimos
proclamándonos feministas y defendiendo el movimiento somos “unas nostálgicas
ancladas en el pasado” es un terrible error, pues queda mucho por conseguir.
Ahora más que nunca debemos de permanecer firmes en la lucha ya que, al igual
que aconteció después de la Segunda República Española durante la ocupación
franquista, estamos asistiendo a una recesión de los derechos de la mujer.
Estamos siendo testigos impasibles de los ataques de un gobierno que amenaza
con reformar derechos históricos como son el derecho al aborto, al divorcio así
como – mediante una reforma laboral que atenta contra los derechos humanos como
bien lo ha afirmado la Comunidad Europea – una vulneración a los derechos de la
mujer trabajadora, mermando consiguientemente las condiciones laborales de las
mismas.
Hemos tratado los logros de la
lucha de la mujer, queda pues tratar aquellos por conseguir. Dentro de los
objetivos que nos quedan por conquistar están, entre tantos: la eliminación
total de la violencia de género, la igualdad en los espacios públicos (nos
referimos aquí a la violación, violencia que siguen sufriendo todavía muchas
mujeres), la igualdad salarial (mismo sueldo entre hombres y mujeres a
calificación y trabajo igual), la igualdad de acceso a puestos de alta
responsabilidad, la no discriminación laboral por razones de maternidad o
posible maternidad, y me dejo muchos otros en el tintero…
Con la voluntad de no extenderme demasiado y de no aburrir – quizás –
al lector o lectora que haya tenido la amabilidad de dedicar unos minutos de su
tiempo a leer estas líneas, no quisiera acabar este artículo sin dedicar unas
palabras a las mujeres amas de casa que, aunque desgraciadamente no se aprecie,
han desarrollado y desarrollan un papel fundamental en la sociedad. Mujeres
invisibles, cuyo trabajo sin beneficios económicos no sólo no es reconocido
sino que tampoco valorado. Esas mujeres también son mujeres trabajadoras, sin
sueldo, sin vacaciones ni pagas extras, mujeres que – muchos aquí quizás se
desconcierten – han ahorrado al Estado mucho dinero, ya que ellas (sumidas en
la llamada esfera privada) han velado por el cuidado de su hogar, hijos, padres,
nietos, etc., desarrollando así una importante labor social desgraciadamente no
reconocida, razón por la cual hoy quiero aprovechar y restituirles el homenaje
que a ellas también se les debe. Por la misma, quiero agradecer a todas esas
mujeres invisibles la generosidad de una dedicación desinteresada y que yo
considero muy legítima. Quiero aquí – arriesgándome a la mayor de las críticas
– reclamar el derecho a un sueldo para esas mujeres en reconocimiento a su
trabajo así como a la labor social desempeñada por las mismas.
Finalmente, y para ir concluyendo, quedando aún mucho por decir (perdonadme
las omisiones), quiero pues desear un feliz día de la mujer a todas mis
“hermanas”, conmemorando y agradeciendo a aquellas que nos han labrado un
camino que ahora nos toca definir. Despidiéndome pues con una imagen que espero
muchas y muchos podáis entender y sobre todo compartir:
Así esté mi cuerpo en carnes vivas, sangrando en cada poro de mi piel,
acusando los golpes que me habréis querido infligir por osar alzar la voz, mi
voz de mujer, articulando palabras para algunos blasfemas, seguiré escalando,
piedra tras piedra, pues habrá merecido la pena tan sólo tocar la cima para
poder vislumbrar el amanecer…